Recientemente, el diario La República publicaba un artículo en el foro de los lectores firmado por Isabel Brenes. El título del mismo era La familia: proyecto con más futuro.
Luego de una serie de reflexiones, la autora daba unas cifras realmente sorprendentes y ello, sobre todo, en el contexto de un país que se ha considerado católico tal y como consta incluso en nuestros textos constitucionales desde el mismísimo Pacto de Concordia.
Las características que muestran nuestros nacimientos año a año, el incremento impresionante de las bodas civiles y el sorprendente número de personas que viven en unión libre o tramitan sus divorcios o separaciones, nos hacen dar la razón a una expresión de Isabel Brenes que la lleva a constatar, en el artículo que comentamos, la transformación en la dinámica familiar costarricense producida entre 1984 y el año 2006. Una transformación que podría, incluso, llegar a ser mayor si tomamos en cuenta algunos vientos que hoy soplan.
La familia, basada –en expresión de Robert Dossier- en la institución el matrimonio desde muy temprano o, al menos, basada en la decisión de los cónyuges a permanecer juntos y en el contexto de un hogar, en cuanto centro de la vida colectiva, es (¡ciertamente!) el lugar ideal para el crecimiento de la prole, su educación y posterior introducción en la sociedad.
Pacíficamente, lo anterior es lo que durante siglos se ha considerado obvio, antes –al menos- de que se comenzara a hablar de tipos de familias y la praxis fuera lo que es hoy.
Curiosamente, en nuestro contexto y en el ámbito universal, no ha faltado ocasión para que, sobre todo, la Iglesia católica hable del deber ser familiar y de su relación con la salud de nuestra civilización, como ya lo había recordado Carle Zimmerman por 1945.
Como se ve, la labor en favor del ideal familiar de siempre es un campo abierto y difícil. La labor no será fácil y los problemas son muy agudos, pues el panorama que nos rodea lo demuestra. Sin embargo la lucha no está perdida y deberá ser compartida. ¿Será la salida una pastoral familiar eclesial más agresiva en nuestras diversas diócesis? ¿Tal véz cursos prematrimoniales de una extensión más razonable que sepan no sacrificar la calidad? O eventualmente, ¿será el convencimiento del gobierno de que si desea una sociedad mejor ha de comprometerse con la promoción de familias más integradas? E incluso, ¿será la alternativa una opción de labor con las juventudes nuestras para que valoren lo que hoy no ven demasiado claro en la realidad, esto es, sus propias familias?
El reto es amplio y fuerte. Los datos dados en el artículo de La República del 21 de setiembre último son desafiantes. Solo queda una cosa: poner manos a la obra y que ello sea labor de todos.