Miércoles, 20 Agosto 2008 18:00

¡POR FEA!

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La ceremonia inaugural de los juegos olímpicos fue un despliegue impresionante de la milenaria cultura china, combinada con la visión futurista de una de las naciones mas influyentes del orbe, el acto alcanzó su climax cuando una delicada voz se esparció en el ambiente, dotándolo de un efecto hipnótico y ahí frente a los ojos conmovidos del orbe, una niña hacía gala de sus dotes escénicas, porque lo suyo era teatro, mientras otra pequeña era dejada tras bambalinas por su pecado de ser gordita, tener los dientes desalineados y no cumplir los requisitos de estética para tan solemne ocasión, en síntesis, para el gusto de algunos ¡Era fea!

 El asunto es sencillamente cruel, una burda manipulación bajo un concepto materialista de belleza, en una nación que poco a poco doblega su viejo comunismo por las luces de la ostentación y los apetitos insaciables del mercado, que con su enorme productividad llena todos los confines de los “chunches” inimaginables y hasta se da el lujo de regalarnos un estadio, aunque como es bien sabido, “no hay almuerzo gratis”

Si bien algunos sentimos desencanto con el fraude de las chinitas, por estos lados no andamos muy lejos y no pocos desearían, al igual que las notas de una vieja canción “¡que se mueran los feos!”.

Veamos los periódicos nacionales, la disputa semanal es cuál saca las mas ostentosas curvas y no precisamente de nuestras sinuosas carreteras, sino de chicas con caras bobaliconas y trucos como los utilizados por los chinos, porque esas bellezas son cada vez mas artificiales y quirúrgicas, a tal grado que por ahí escuche la intención de acusarlas de: “enriquecimiento ilícito”

Estamos perdiendo el sentido de la belleza, esa cualidad que brota de lo interno del alma humana, esa expresión de sabiduría que lejos de disminuir se acrecienta con el tiempo, porque al fin de cuentas y al decir de los abuelos “toda hermosura es un caite” en tanto la otra, la que emana de un espíritu puro y noble, brilla y prodiga su fulgor, aunque se esconda tras el pliegue inevitable de los años, las canas y las arrugas.