Viernes, 08 Febrero 2008 18:00

Trabajadores eficientes desde los primeros años de estudio

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En esta época globalizada, ciertamente las empresas, a la hora de buscar un empleado, además de exigir los conocimientos teóricos y prácticos pertinentes, exigen ciertas actitudes relacionadas con hábitos los cuales, perfectamente, se piensa ya le fueron incorporados desde los primeros años de estudio.

Por ejemplo, responder exitosamente a elevados desafíos, vocación de excelencia, iniciativa, dinamismo, autonomía, liderazgo, entereza, perseverancia, adaptación a los cambios, vocación para trabajar en equipo, buenas relaciones interpersonales o capacidad organizativa, constituyen, tan solo, algunas de las actuales exigencias para ingresar al mundo laboral.

En definitiva, comenzar a formar personas en valores a lo largo de la infancia y la adolescencia, implica forjar trabajadores eficientes; claro está, sin la intención de convertir la educación formal, exclusivamente, en un entrenamiento o capacitación para futuros trabajadores, pero sí que, por añadidura, pueda colaborar con la formación de futuros individuos responsables.


Pues sin olvidar la trascendente función de la familia en la enseñanza de ciertos hábitos, la calidad de nuestros futuros trabajadores dependerá, en gran medida, de la exigencia que imprima el sistema educativo a sus alumnos. 

Y ello es fundamental, ya que es lógico pensar que si, expresamente, se solicitan dichos hábitos y habilidades en los lugares de trabajo, es debido a que están, cada vez más, lejos de ser comunes en la mayoría de los aspirantes. De ahí que el sistema educativo debe trabajar esas áreas en forma urgente, concreta y constante.

Por ejemplo, en lo que respecta a la responsabilidad, tiene la obligación de exigir el cumplimiento de un horario, pues es cada vez más común que los alumnos lleguen a “cualquier hora al colegio” en masa, basta con detenerse cerca de un centro educativo para observar la cantidad de alumnos quienes, en la práctica, ponen su propio horario de entrada, y ni se diga en el contexto universitario. 

 Por ello, si la escuela o el colegio no cuidan estos aspectos, ¿qué será de esos jóvenes cuando, de un día para el otro, enfrenten un mundo laboral en donde la puntualidad es fundamental?

En lo referente a la formación en la capacidad de trabajar en equipo esto es vital, pues la demanda laboral lo exige cada vez más, ya que el encuentro del alumno con un tercero, ajeno a su familia, a quien debe responder, es lo que posibilita la adquisición de determinados hábitos. 

Por tanto, debemos comprender, en nuestro rol de formadores, llámense padres o profesores,  que las consecuencias escolares en la falta de valores y calidad de pensamiento son ínfimas en comparación con las consecuencias laborales futuras de similares incumplimientos. 

Se requiere ser cada vez más concientes de que muchas  actitudes que hoy parecen no perjudicar a los estudiantes como la permisividad o mediocridad, los podrían dañar mañana.  

Ciertamente, la responsabilidad social y moral con nuestros estudiantes, tantas veces reclamada, demanda una gran firmeza, coherencia y compromiso, mas no se justifican excusas en esta titánica, pero noble empresa, de educarlos dignamente.