Martes, 18 Diciembre 2012 07:25

Una pequeña historia de Navidad

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Esta es la primera navidad sin mi papá, es tan extraño no verlo sentado a la cabecera de la mesa, dirigiendo lo que será la cena de noche buena.

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Faltan unos minutos para que el reloj anuncie las doce de la noche, las copas están prolijamente colocadas esperando por el brindis navideño, mis sobrinos corretean junto al iluminado árbol como tratando de descubrir el momento en que Santa hará su triunfal aparición, mis hermanos y cuñados, parecen muy animados preparando su famoso juego de pólvora, mientras mi madre, ajetreada como siempre, trata de distraer a los niños para que mis hermanas puedan escabullir los regalos.
Yo en mi rincón favorito, trato de rememorar alguna navidad pasada, esas en las que mi padre probaba la carne asada de mi madre y le regalaba una sonrisa de satisfacción, en las que mis sobrinos aun no estaban en los planes de mis hermanos y hermanas y los niños éramos nosotros, esas en las que estaba prohibido acercarse a un juego de pólvora sin la mirada de un grande.
Sebastián está deseoso de salir a la vereda a ver como el cielo se ilumina con cientos de luces de colores, pero con paciencia y cariño, mi hermano le explica lo peligroso que es aventurarse a la calle justo a las doce de la noche.
Es raro ver a mi hermano convertido en padre, aun me parece estar observándolo jugando con los autos de carrera, que a fuerza de portarse bien todo el año y de sacar puras buenas notas, se había ganado de parte de Santa.
Lentamente las ruidosas explosiones comienzan a poblar el ambiente, al fin mis sobrinos se dan por vencidos y corren hacia el patio para ver los fabulosos colores que encienden el firmamento, oportunidad que aprovechan mis hermanas para ayudar a Santa en su agitado trabajo navideño.
Mi madre coloca con dulzura la pequeña figura del niño Dios en el pesebre, y se apresura a compartir la alegría de sus nietos al abrir los regalos, que por cierto ya han descubierto.
De repente los abrazos y besos se hacen presentes, todos sonreímos al darnos los buenos deseos de navidad, siempre pensé que la felicidad compartida con los seres queridos es doble felicidad.
Miro hacia la cabecera de la mesa, y me parece ver a mi padre riendo con nosotros, una sensación de paz me invade completamente, sé que está cerca nuestro observando todo desde su lugar favorito, regalándonos una sonrisa de satisfacción por el trabajo bien hecho, y deseándonos a su manera feliz navidad.