Hace unas semanas la revista Smithsonian relató la historia de esta unión, cuyo origen comenzó en la Gran Depresión de 1929 y acabó instalándose definitivamente durante la Segunda Guerra Mundial.
Durante los años veinte, cuando los cines estaban reservados a las clases pudientes y aún mantenían un estilo decorativo parecido a una ópera o un teatro, llenos de lámparas costosas, mullidas alfombras y demás objetos decorativos, los empresarios no querían que sus salas fuesen manchadas con ningún tipo de alimento, y se procuraba que la gente no entrara con comida a sus proyecciones.
Pero en 1927 cuando se introdujo el sonido, el cine se abrió a todo tipo de público. Ya no hacía falta saber leer para acudir a ver una película, así que con el crack del 29 y la Gran Depresión, el cine constituyó unos de las pocos entretenimientos para la población norteamericana, y dentro de esta salida de ocio el único lujo que se podían permitir era un cucurucho de palomitas, que compraban en los puestos callejeros situados a las entradas de las salas.
¿Cómo se convirtió esto en un lucrativo negocio para los dueños de los cines?
Eso se lo contaremos mañana.
El ir al cine y comerse unas palomitas de maíz es para muchos un matrimonio indisoluble y un gesto que se ha convertido en todo un ritual, pero ¿de dónde surgió esta estrecha relación?
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