Todo lo que era de uno era del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.
Una noche, uno de ellos despertó sobresaltado.
Saltó de la cama, se vistió apresuradamente y se dirigió a la casa de su amigo.
Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se despertaron.

Los criados le abrieron la puerta, asustados, y él entró en la casa.

El dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su espada en la otra, le dijo:

-Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún motivo.
Si viniste a mi casa es porque algo grave te sucede.
Si perdiste dinero en el juego, aquí tienes, tómalo...
...Y si tienes enemigos que te persiguen, aquí estoy yo. Juntos pelearemos contra quien sea.
Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.

Narrador El visitante respondió:

Te agradezco mucho tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos motivos.
...Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste, que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado.
La pesadilla me preocupó y por eso vine a tu casa a estas horas.
No podía estar seguro de que te encontrabas bien y tuve que venir a comprobarlo por mí mismo.
Pero veo que estás bien.
Ahora nada me preocupa.

Así actúa un verdadero amigo.
No espera que su compañero acuda a él sino que, cuando supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.

Los dos amigos, fábula de Jean de la Fontaine, escritor francés del siglo 17