Domingo, 25 Agosto 2002 18:00

Una ola en un canal de Escocia

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Era un día como cualquier otro en las tierras bajas de Escocia, hace casi ciento setenta años. Un hombre, al que llamaremos McCloud, iba en su caballo junto a un canal de navegación. Por ese canal iba una barca en su misma dirección, y a la misma velocidad. De pronto, el bote se detiene, creando una pequeña ola que avanza por el canal. Nuestro amigo McCloud, por jugar, anima a su caballo a alcanzar a la ola, creyendo que esta se detendría en pocos segundos. Pero la ola sigue y sigue... y sigue sin detenerse El pobre caballo galopó todo lo que pudo, sin poder alcanzar a la ola. Cuando finalmente McCloud se detuvo, comprobó que había galopado dos kilómetros, a una velocidad de trece kilómetros por hora, y la ola seguía avanzando hasta que se perdió de vista. La historia llegó a oídos de físicos escoceses, quienes anotaron lo siguiente: “cuando una onda es encauzada en una misma dirección, puede desplazarse sin perder energía por mucha distancia.” Pero nunca se imaginaron que la observación de McCloud, siglo y medio después, daría la clave del desarrollo de los rayos láseres. Y a inicios del siglo veintiuno, ese mismo principio se ha aplicado a los átomos sometidos a temperaturas de casi cero absoluto, formando los condensados de Bose-Einstein, el quinto estado de la materia. En esas condiciones, los átomos se alinean espontáneamente, formando lo que se llama: una onda o tren de solitones Esos láseres de átomos tendrán innumerables aplicaciones: Como instrumentos de navegación interplanetaria Para escribir directamente sobre los chips de computadores O rebotar sobre las capas congeladas del mar de una de las lunas de Júpiter Y todo porque McCloud, hace más de un siglo y medio, puso a su caballo a perseguir una ola en un canal