Ciertamente todos andamos con nuestro propio rollo en la mente, a veces caminamos ensimismados tratando de resolver los entuertos cotidianos que no son pocos y es posible que por eso, no reparemos en el hermoso espectáculo que Dios, por medio de la naturaleza, nos regala en esta época de alboradas y atardeceres maravillosos, celajes incomparables de colores irrepetibles en un tiempo donde el verano despliega sus alas y el invierno asoma las propias.
Hace unos días de regreso por el Pacífico Central, el imponente árbol de cortéz amarillo perfilaba su color intenso contra el fondo azul celeste del mar, aquí en la capital, el Paseo Colón se alfombra con las flores del Roble de Sabana y si reparamos un poco más en la geografía del camino, divisaremos al Poró Extranjero o al Malinche, que se desnudaron para mostrarnos sus floridos encantos ¿Cómo no advertir la mano omnipotente de Dios?
El sabio rey Salomón, hijo de David y de la estirpe de Cristo se solazaba con el matiz de las flores y decía que la más humilde de ellas se vestía mejor que el más portentoso hombre de imperio alguno.
Detengámonos un instante para reparar en las orquídeas, sintamos su aroma inigualable. A la vera de cualquier camino de la patria, no es extraño encontrarnos con la bellísima herediana, que lleva el rojiamarillo que distingue a esta provincia, su frágil cuerpo de caña se corona con pétalos de intensos tonos, ni que decir de la Guaria Morada, la Turrialba y centenares de especies con las que nos bendijo El Creador y nosotros, humanos al fin, desdeñamos para fijarnos en otras cosas que nos contaminan o duelen.
Hagamos un alto para escudriñar los lirios, que en los meses de abril y mayo abren sus entrañas al cielo.
El que tenga oídos que oiga dice el salmista y en estos tiempos los humildes yigüirros nos regalan sus tonadas, mientras se aparean y se convierten en arquitectos de sus nidos de paja y barro.
En esta época la vida canta, ubiquémonos gratis en primera fila.