no sabemos si esta historia es real, pero igual la contamos:
Dos heridos de guerra ocupaban la misma habitación de un hospital.
A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama por una hora cada tarde para drenar sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto.
El otro hombre debía permanecer todo el tiempo acostado.
Los hombres hablaban por horas y horas, acerca de sus familias, de los peligros que habían pasado y de lo que iban a hacer al regresar a su hogar.
Y cada tarde, el que podía sentarse, se pasaba el tiempo describiéndole a su compañero de cuarto las cosas que él podía ver desde la única ventana.
desde aquí veo un hermoso lago con cisnes, personas nadando, niños jugando con barcos de papel. Parejas de enamorados que caminan abrazados entre las flores. Hay viejos árboles que adornan el paisaje, y a lo lejos se divisa la ciudad
Como describía todo esto con tanto amor y detalle, el otro cerraba los ojos y soñaba con todo lo bello que había en el mundo, fuera de esa habitación.
Y así pasaban los días
Una mañana, la enfermera descubrió que el hombre de la ventana había muerto en la noche mientras dormía.
Poco después que se llevaron a su amigo fallecido, el paciente sobreviviente pidió que lo trasladaran, para estar frente a la ventana.
Cuando lo cambiaron, lentamente se incorporó apoyado en uno de sus codos para poder ver lo que su compañero fallecido le relataba con tanto amor.
Estiró el cuello y frente a la ventana vio... una pared blanca.
Pero! ¿cuándo construyeron esa pared?
¿esa pared? esta ahí desde que yo llegue a este hospital, hace años!
¡No puede ser! Mi amigo, el de esta cama, me contaba del paisaje y las cosas maravillosas que veía por esta ventana!
¿ese pobre hombre? Aparte de estar agonizando, casi no podía ver. Aunque esas cosas hubieran estado allí, él no las hubiese visto
¿y por qué me mintió? Cada día he querido estar mejor para poder ver esas cosas.
A lo mejor, porque el quería que usted sí tuviera una razón para curarse.
Compartir tus penas es dividir el sufrimiento; pero compartir tu felicidad, por poca que sea, es duplicarla.