Ese día, recién iniciado año, estaba, como de costumbre, a esa hora, almorzando en un restaurante, cerca de mi oficina.
Cuando llegué, apenas pude sentarme en un rincón de ese pequeño lugar, pues llegamos muchos comensales.
Aprovechando que estaba el televisor encendido y daban las noticias, en canal 7, le puse atención a aquellas, mientras me servían.
Fue, si acaso diez minutos después, que sentí que temblaba fuerte y, con la congoja de lo que vivía, vi, o, más bien, oí, a doña Pilar Cisneros, llamando a la calma, dentro del socollón, cada vez más intenso.
Todos, quienes estábamos ahí, salimos a la acera, muy asustados y no dejábamos de hablar de lo que, aún, sucedía. Cada temblor era motivo de angustia, aumentada por la televisión, que, de largo, veíamos, sin salir del asombro, por cada imagen que presentaban.
Varios objetos cayeron y no quedó ni “un alma” en el negocio; ¡hasta los cocineros corrieron, en cuestión de segundos, ¡dejando la cocina de gas, encendida!
Ahí, afuera, los minutos se hicieron horas pues nadie se atrevía a volver a sus tareas; el miedo nos paralizó y la mayoría, luego de una hora, atinamos a irnos, corriendo a las oficinas para sacar lo que necesitábamos e irnos para la casa.
Así, en medio de las congestionadas vías, pude llegar, muy ansioso, a mi casa, donde me esperaba mi familia, también muy nerviosos por lo ocurrido.
Ya se había recogido todos los objetos caídos, algunos quebrados, y, según pude hacerlo, vi que no había daños externos en las paredes y, en general, en la estructura de la casa.
Así que, para terminar con esta narración, ese día y los posteriores, han sido muy difíciles para mi y, creo, que para toda la población costarricense, aumentado el dolor de ver, en periódicos y televisión, reseñas e imágines, algunas, en mi opinión, llenas de morbo y “amarillismo”, que, pasados los días, no aquietan, sino todo lo contrario, la memoria de tan terrible acontecimiento.
Ese 8 de enero fue un día, sin duda, para recordar por mucho tiempo.
¡Sobreviví a este terremoto! No se si tendré la misma suerte con el siguiente, que, de seguro, se dará, aunque no se sabe dónde ni cuándo, pues, primero, no se pueden “predecir” y, segundo, está científicamente comprobada la sismicidad de toda la región centroamericana y, en general, americana, desde Alaska, pasando por la temible falla de San Andrés, en California, hasta Suramérica, de corteza en constantes movimientos.
Por eso, es necesario aceptar ese hecho de la naturaleza como seguro, y no como una simple probabilidad y estar atentos, gobiernos y poblaciones, tomando medidas que mitiguen en algo las pérdidas humanas, materiales y ecológicas.
En concreto, Costa Rica es un país sísmico por naturaleza y se deben prestar atención para que, con base en las experiencias de anteriores y el recién “terremoto de Cinchona”, se legisle con rigorisidad y se esté, siempre, en estado de alerta.