Lunes, 30 Marzo 2009 18:00

Algo más sobre los autobuses ateos

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Frecuentemente escuchamos comentarios desaprobatorios sobre la intolerancia y hasta el fanatismo de que dan muestras algunos adherentes a determinado credo religioso, pero recientemente he podido comprobar que también se puede encontrar igual o mayor intolerancia y fanatismo de parte de quienes se declaran agnósticos o ateos.

A raíz de un comentario que hice, en este mismo programa, sobre los autobuses que circulan por importantes ciudades de Europa y América, portando carteles en los que se aconseja vivir sin preocupaciones trascendentes, puesto que, según el anuncio, “Dios no existe”, recibí varios mensajes electrónicos, en los que, unos desconocidos, después de calificarme con los más duros epítetos y de poner en duda mi sinceridad y buena fe, pasaron a “ilustrarme” con las razones que los han llevado al ateísmo.

Estos “argumentos” son muy conocidos pero lo que me sorprendió fue la vehemencia con que sostienen – como artículo de fe – la inexistencia de un Dios trascendente y la facilidad con que se permiten insultar a una persona a la que no conocen, simplemente porque ésta, sin mayores pretensiones, se permitió comentar, con citas de personas autorizadas, la importancia a nivel social e individual que, a través de la Historia, ha revestido la fe en Dios y las catastróficas consecuencias que se derivarían si de la noche a la mañana todos nos hiciéramos ateos.

La afirmación o la negación de Dios no son el resultado de una demostración – por otra parte imposible para la mente humana – sino que son posiciones entre las cuales debemos forzosamente elegir, pues no se trata de un problema especulativo, sino de una alternativa existencial, de la cual nadie puede substraerse ni negarse a tomar partido, aunque muchos traten de eludirla de mil formas.

Dios es el misterio por excelencia y nadie puede imaginar cómo pudo ser creado el mundo, así como tampoco puede sentirse capaz de crearlo. Asimismo, nadie puede imaginar como de la nada pueda surgir algo, ni que el mundo, contingente y mudable que conocemos, hayan existido por toda la eternidad.

De hecho, los científicos actuales, cuando no están completamente locos, son contestes al afirmar que el mundo tuvo un principio en el tiempo y hablan de la creación del universo, cuyo origen concibe como una tremenda explosión, que denominan el “big-bang”, lo que en realidad no me parece que añada nada a lo que ya sabíamos.

Resulta mucho más lógico empezar diciendo: “En el principio, Dios creo el cielo y la tierra”, lo que en lenguaje menos poético equivale a decir: “En el principio cierto poder inconcebible empezó un proceso también inconcebible”.

Sin embargo, los materialistas ateos creen haber encontrado una explicación recurriendo al ambiguo término de “evolución”, que evoca la idea de un proceso suave, lento y consolador, que por sí solo va desarrollándose y que los dispensa de incurrir en más profundas reflexiones.

Pero los materialistas se engañan cuando creen que introduciendo la idea de un proceso que se dilata a través del tiempo, pueden explicar los problemas que desde siempre han intrigado a la humanidad. La velocidad a la que un hecho sucede, nunca podrá dar explicación de su  origen. Un humorista inglés, G.K. Chesterton, al respecto acota: Para un hombre que no cree en milagros, un milagro lento será tan increíble como un milagro fulminante. En la “Odisea” de Homero, la hechicera griega convierte instantáneamente a los marineros en cerdos, al toque de su varita mágica.

Pero observar como un marino, se convierte a través de los años en un cerdo, no resultaría menos inexplicable. El nigromante medieval en un instante, podía lanzarse al espacio desde lo alto de una torre sin paracaídas y aterrizar sin sufrir daño alguno, pero en las noches de luna llena, observar a un viejo señor paseando muy lentamente a su perro por el espacio exterior, resultaría igualmente sorprendente e inexplicable.

 En nombre de Dios se han consolidado civilizaciones; se han librado batallas que han determinado el rumbo de la humanidad; en la Edad Media, que la mediocridad actual nos ha enseñado a considerar como una época obscura y bárbara, se levantaron templos en su honor, que hasta la fecha son asombro y orgullo del mundo entero. La pintura y la escultura, al servicio del Cristianismo, alcanzaron durante el Renacimiento, su máxima expresión, plasmadas en las obras que hoy admiramos en los grandes Museos de Europa. La música sacra y grandes monumentos literarios, han encontrado su inspiración en la idea de una Divinidad Todopoderosa y sus relaciones con los hombres.

En tanto el ateísmo no ha creado nada, a no ser que se considere como creación, los rostros torcidos, imbéciles y torturados de esas hembras feroces que nos ofrece la pintura contemporánea, o las angustiosas obras de los existencialistas de la postguerra, antecesores de los hippies y de la contracultura que hoy contamina al mundo. No creo posible el diálogo con quienes han optado por el absurdo: niegan hechos elementales y empiezan por descalificar al oponente sin siquiera conocerlo. En tales condiciones, cualquier diálogo se torna imposible y toda discusión resulta estéril, pues las verdaderas motivaciones jamás salen a la luz.