Expresaba la destacada intelectual costarricense, doña Estrella Cartín de
Guier, que "la vida es una cuando leemos y otra cuando se nos priva de
hacerlo. Nuestra existencia sin la lectura, sin el libro, pierde vuelo, y
queda reducida a la chata y ramplona realidad".
En efecto, en este mundo de una agobiante superficialidad, más que nunca los
libros se transforman en una herramienta fundamental para el desarrollo
cultural, social y, ante todo, espiritual de los pueblos.
Para quienes escribimos, el libro es el medio mediante el cual se aportan
ideas, se compromete con el conocimiento y la creatividad, se propone el
análisis o el debate sobre algún tema, se sugiere cómo utilizar el tiempo
libre y se busca iluminar el alma de quienes degustan los muchos mundos que
transitan en cada página.
Para quienes son lectores, el libro constituye la incógnita del saber, el
placer de recrear e imaginar, representa la ordenada agrupación de
conocimientos, la síntesis o divergencia de múltiples ideas, el despliegue
de la imaginación, la búsqueda y el encuentro...
Hay libros que nos hacen sufrir, otros nos provocan gozo; los hay de fácil
lectura, también los hay complicados; algunos esclarecen, otros nos generan
dudas; sin embargo, sea cual sea su intención, los libros tienen el
privilegio de ser, casi siempre, los principales autores de otros libros y
de muchas historias de vida de los humanos.
Porque más allá de la perspectiva física, si se profundiza más, el libro
simboliza un conjunto de letras que evoca ideas, imágenes, conceptos; los
cuales, penetran en el entendimiento e interpelan la razón; y todavía
después de la razón, el libro constituye emociones, certidumbres, angustias,
serenidad y sueños.
En este sentido, la lectura que hacemos de los libros no sólo instruye, sino
que puede educar, crear hábitos de reflexión, recrear y entretener. Ayuda al
desarrollo y perfeccionamiento del lenguaje, mejora las relaciones humanas,
aumenta el bagaje cultural, forma la personalidad, desarrolla la creatividad
y fomenta el sentido estético y la inteligencia.
Leer, pues, atrae los aspectos más elevados y primordiales de la mente. Las
personas quienes cosechan el maravilloso hábito de la lectura amplían su
mundo, con lo cual se hallan más abiertas al cambio y mejor orientadas al
futuro.
Sin duda, existe una fuerte correlación entre los hábitos de lectura de un
pueblo y su desarrollo material, social y espiritual, pues la lectura es la
base de la educación y la educación es el factor esencial de la igualdad
social en el mundo moderno.
Por eso, a pesar de la gran competencia que la globalización le representa
al mundo literario, y ante un sistema educativo que obliga a la lectura más
que a disfrutarla, se puede aseverar que mientras los humanos articulen,
razonen y sean capaces de sentir, afortunadamente habrá un espacio y un
reclamo para los libros.
Ciertamente ellos son la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la
luz y la sombra; entre la esperanza y la desesperanza; porque cualquier
libro siempre, en algún sentido, nos hace mejores humanos.
Ojalá que sigan habiendo muchos autores que estén dispuestos a desnudar su
alma mediante su escritura, y muchos lectores decididos a hacer de la
lectura, una primordial razón de vida. Solamente así se logrará descubrir
que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer.
Expresaba la destacada intelectual costarricense, doña Estrella Cartín de Guier, que "la vida es una cuando leemos y otra cuando se nos priva de hacerlo. Nuestra existencia sin la lectura, sin el libro, pierde vuelo, y queda reducida a la chata y ramplona realidad".
En efecto, en este mundo de una agobiante superficialidad, más que nunca los libros se transforman en una herramienta fundamental para el desarrollo cultural, social y, ante todo, espiritual de los pueblos.
Para quienes escribimos, el libro es el medio mediante el cual se aportan ideas, se compromete con el conocimiento y la creatividad, se propone el análisis o el debate sobre algún tema, se sugiere cómo utilizar el tiempo libre y se busca iluminar el alma de quienes degustan los muchos mundos que transitan en cada página.
Para quienes son lectores, el libro constituye la incógnita del saber, el placer de recrear e imaginar, representa la ordenada agrupación de conocimientos, la síntesis o divergencia de múltiples ideas, el despliegue de la imaginación, la búsqueda y el encuentro...
Hay libros que nos hacen sufrir, otros nos provocan gozo; los hay de fácil lectura, también los hay complicados; algunos esclarecen, otros nos generan dudas; sin embargo, sea cual sea su intención, los libros tienen el privilegio de ser, casi siempre, los principales autores de otros libros y
de muchas historias de vida de los humanos.
Porque más allá de la perspectiva física, si se profundiza más, el libro simboliza un conjunto de letras que evoca ideas, imágenes, conceptos; los cuales, penetran en el entendimiento e interpelan la razón; y todavía después de la razón, el libro constituye emociones, certidumbres, angustias,
serenidad y sueños.
En este sentido, la lectura que hacemos de los libros no sólo instruye, sino que puede educar, crear hábitos de reflexión, recrear y entretener. Ayuda al desarrollo y perfeccionamiento del lenguaje, mejora las relaciones humanas, aumenta el bagaje cultural, forma la personalidad, desarrolla la creatividad y fomenta el sentido estético y la inteligencia.
Leer, pues, atrae los aspectos más elevados y primordiales de la mente. Las personas quienes cosechan el maravilloso hábito de la lectura amplían su mundo, con lo cual se hallan más abiertas al cambio y mejor orientadas al futuro.
Sin duda, existe una fuerte correlación entre los hábitos de lectura de un pueblo y su desarrollo material, social y espiritual, pues la lectura es la base de la educación y la educación es el factor esencial de la igualdad social en el mundo moderno.
Por eso, a pesar de la gran competencia que la globalización le representa al mundo literario, y ante un sistema educativo que obliga a la lectura más que a disfrutarla, se puede aseverar que mientras los humanos articulen, razonen y sean capaces de sentir, afortunadamente habrá un espacio y un reclamo para los libros.
Ciertamente ellos son la diferencia entre la ignorancia y el saber; entre la luz y la sombra; entre la esperanza y la desesperanza; porque cualquier libro siempre, en algún sentido, nos hace mejores humanos.
Ojalá que sigan habiendo muchos autores que estén dispuestos a desnudar su alma mediante su escritura, y muchos lectores decididos a hacer de la lectura, una primordial razón de vida. Solamente así se logrará descubrir que la lectura, más que una obligación, constituye un verdadero placer.