Ciertamente de los grupos sociales primarios, es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar, en nuestra sociedad.
Pues frente a los perfiles relativamente estereotipados de los modelos tradicionales, no se puede obviar que gran parte de los incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos se caracterizan por la búsqueda de la adaptación a las nuevas condiciones sociales, a los nuevos roles del hombre y de la mujer y al creciente protagonismo de los hijos que se desarrollan, cada vez más, exigiendo autonomía.
Unos hijos quienes están dispuestos a llevar esa autonomía a la práctica en el modo de vivir con sus pares, en los estudios, en el trabajo, pero que, desde nuestra perspectiva latinoamericana, siempre comprenden que su hogar, su ámbito familiar de origen, el de sus padres, seguirá siendo el suyo hasta bien decidir crear su propio espacio.
Entonces si en nuestro país se le da tanto valor a la familia, esta se debería tratar de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, o los otros integrantes de esta; con capacidad de transmitir sana y libremente puntos de vista y creencias; en donde impere el respeto; que sea abierta a la escucha y a los cambios; y en donde las opiniones de cada miembro sean particularmente tomadas en cuenta.
Lógicamente, aún si se tiene por cierto todo lo anterior, no deja de ser una familia exenta de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los también nuevos roles de sus integrantes. Ahí se encuentra, precisamente, la necesidad de reformularse actitudes y valores, pues en este renovado modelo familiar las responsabilidades de cada uno deberían estar en revisión continua.
En este sentido nos enfrentamos a la fundación de una familia de la “negociación”, de la búsqueda de consensos, del fomento de la tolerancia y la empatía, y del desarrollo del diálogo en procura del bien común entre los respectivos integrantes.
De ahí la de la necesidad de ir creando una nueva cultura familiar cuyos integrantes interioricen, y pongan en práctica, una convivencia sana mediante el cultivo de valores como el respeto, la honradez, el compromiso, la paz, la armonía y la lealtad, pues es muy sencillo decir que la familia es el elemento central de la sociedad, es muy fácil llamarse padre, madre o hijo, pero es muy difícil hacer efectivas tal consignas.
Por ello, ¿acaso no sería más pertinente y lógico, en estas épocas de evidentes cambios sociales, que nos diéramos la oportunidad de establecer una revaloración de nuestro ámbito familiar?..., finalmente es allí en donde la mayoría de personas comienza sus primeros pasos de socialización para lograr insertarse y adaptarse, armoniosa y autónomamente, a las exigencias de la sociedad actual y del futuro.
La familia es, sencillamente, el lugar en donde nacemos, nos criamos, nos educamos y hasta morimos; en donde la libertad, la autonomía, la identidad y el amor florecen; y en donde se nos presenta la oportunidad de ser mejores humanos. Por tanto bien valdría la pena que tengamos en cuenta las palabras de Su Santidad Juan Pablo Segundo: “El futuro depende, en gran parte, de la familia; lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz y un presente de justicia”.
Ciertamente de los grupos sociales primarios, es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar, en nuestra sociedad.
Pues frente a los perfiles relativamente estereotipados de los modelos tradicionales, no se puede obviar que gran parte de los incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos se caracterizan por la búsqueda de la adaptación a las nuevas condiciones sociales, a los nuevos roles del hombre y de la mujer y al creciente protagonismo de los hijos que se desarrollan, cada vez más, exigiendo autonomía.
Unos hijos quienes están dispuestos a llevar esa autonomía a la práctica en el modo de vivir con sus pares, en los estudios, en el trabajo, pero que, desde nuestra perspectiva latinoamericana, siempre comprenden que su hogar, su ámbito familiar de origen, el de sus padres, seguirá siendo el suyo hasta bien decidir crear su propio espacio.
Entonces si en nuestro país se le da tanto valor a la familia, esta se debería tratar de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, o los otros integrantes de esta; con capacidad de transmitir sana y libremente puntos de vista y creencias; en donde impere el respeto; que sea abierta a la escucha y a los cambios; y en donde las opiniones de cada miembro sean particularmente tomadas en cuenta.
Lógicamente, aún si se tiene por cierto todo lo anterior, no deja de ser una familia exenta de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los también nuevos roles de sus integrantes. Ahí se encuentra, precisamente, la necesidad de reformularse actitudes y valores, pues en este renovado modelo familiar las responsabilidades de cada uno deberían estar en revisión continua.
En este sentido nos enfrentamos a la fundación de una familia de la “negociación”, de la búsqueda de consensos, del fomento de la tolerancia y la empatía, y del desarrollo del diálogo en procura del bien común entre los respectivos integrantes.
De ahí la de la necesidad de ir creando una nueva cultura familiar cuyos integrantes interioricen, y pongan en práctica, una convivencia sana mediante el cultivo de valores como el respeto, la honradez, el compromiso, la paz, la armonía y la lealtad, pues es muy sencillo decir que la familia es el elemento central de la sociedad, es muy fácil llamarse padre, madre o hijo, pero es muy difícil hacer efectivas tal consignas.
Por ello, ¿acaso no sería más pertinente y lógico, en estas épocas de evidentes cambios sociales, que nos diéramos la oportunidad de establecer una revaloración de nuestro ámbito familiar?..., finalmente es allí en donde la mayoría de personas comienza sus primeros pasos de socialización para lograr insertarse y adaptarse, armoniosa y autónomamente, a las exigencias de la sociedad actual y del futuro.
La familia es, sencillamente, el lugar en donde nacemos, nos criamos, nos educamos y hasta morimos; en donde la libertad, la autonomía, la identidad y el amor florecen; y en donde se nos presenta la oportunidad de ser mejores humanos. Por tanto bien valdría la pena que tengamos en cuenta las palabras de Su Santidad Juan Pablo Segundo: “El futuro depende, en gran parte, de la familia; lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz y un presente de justicia”.