Diciembre. Un nuevo ánimo inunda nuestros corazones, un ánimo de hermandad y de paz. ¿De dónde nos viene?
¿Será acaso por el cambio de clima? Ciertamente en buena parte de nuestro territorio se produce en este tiempo un cambio climático importante. Pese a que la lluvia es una bendición de Dios para este país, la verdad es que después de tanta agua cayendo todos los días durante meses, uno recibe con beneplácito los signos veraniegos: esos vientecillos frescos que bajan desde la montaña con olor a ciprés y ese sol brillante que nos acompaña todo el día y en su ocaso nos regala un carnaval de colores. Pero, ¿y en aquellos países que inician más bien un largo y frío invierno, o incluso en nuestro país, en donde hay regiones a las que les esperan los meses más lluviosos? ¿De qué se nutre el espíritu navideño de esa gente? Evidentemente no será del cambio climático.
¿Será el aguinaldo el que nos trae esa hermandad y esa paz? Difícilmente pues por más que nos caiga bien esa platica que ya nos hemos ganado durante el año, lo cierto es que es su paso por nuestros bolsillos resulta muy efímero; y además, es casi impensable que el dinero inspire sentimientos tan profundos.
¿Serán los regalos, las comidas, los villancicos, los portales, las luces, las posadas, los recuerdos? No, evidentemente no. Todo este conjunto de elementos son signos o manifestaciones de ese espíritu navideño caracterizado por la paz y la hermandad, pero no son su inspiración.
La hermandad y la paz que llenan nuestros corazones e inspiran nuestras conductas de manera especial en esta época tiene que ver con un acontecimiento sucedido hace dos mil años, el nacimiento de un niño que vino como embajador del amor, del perdón y de la buena voluntad del Dios Padre hacia sus hijos, nosotros los seres humanos.