En medio del caos vial que aqueja nuestras ciudades, de los “mercados” ambulantes que se ven en cada esquina, de los indigentes que duermen en los caños, se mueve una fuerza de esperanza en nuestras calles.
Nuestros jóvenes, a través de organizaciones como “Un techo para mi país”, de “Santa en las Calles” y muchas más, se organizan para ayudar a resolver lo que nuestra generación y las pasadas no hemos podido resolver: la indigencia… los “precarios”… el hambre.
Pasan largas horas bajo el sol y el aguacero, consiguen audiencias en los medios de comunicación, y envían mensajes a través de la “web” pidiendo dinero, ropa, materiales de construcción y comida para luchar contra ese ejército de pobreza que asalta nuestras calles.
Jóvenes de todas las clases sociales, desde los más humildes hasta los “pipisillos”, se organizan eficientemente; nos sacan la ropa de los closets, el “rojo” de la billetera, el paquete de frijoles de la alacena y como si esto fuera poco pasan largas horas cocinando, lavando ropa, haciendo paquetes para luego, con la energía que solo la juventud da, lanzarse a las calles a repartir comida y ropa entre los indigentes, a construir techos dignos para docenas de familias.
Mientras estas iniciativas persistan, nuestro país puede albergar la esperanza de que algún día reduciremos la pobreza, y las escenas de indigentes y niños pordioseros en las calles. Estas iniciativas nos permiten soñar que la vorágine de violencia y el ensanchamiento de la brecha social podrán ser superados. Mi reconocimiento, gratitud y orgullo están con los cientos de jóvenes que dedican parte de su tiempo por un mejor país. Ellos no solo llevan esperanza a los pordioseros y desposeídos, sino también a un país entero que quiere creer que podemos ser mejores.
En medio del caos vial que aqueja nuestras ciudades, de los “mercados” ambulantes que se ven en cada esquina, de los indigentes que duermen en los caños, se mueve una fuerza de esperanza en nuestras calles.
Nuestros jóvenes, a través de organizaciones como “Un techo para mi país”, de “Santa en las Calles” y muchas más, se organizan para ayudar a resolver lo que nuestra generación y las pasadas no hemos podido resolver: la indigencia… los “precarios”… el hambre.
Pasan largas horas bajo el sol y el aguacero, consiguen audiencias en los medios de comunicación, y envían mensajes a través de la “web” pidiendo dinero, ropa, materiales de construcción y comida para luchar contra ese ejército de pobreza que asalta nuestras calles.
Jóvenes de todas las clases sociales, desde los más humildes hasta los “pipisillos”, se organizan eficientemente; nos sacan la ropa de los closets, el “rojo” de la billetera, el paquete de frijoles de la alacena y como si esto fuera poco pasan largas horas cocinando, lavando ropa, haciendo paquetes para luego, con la energía que solo la juventud da, lanzarse a las calles a repartir comida y ropa entre los indigentes, a construir techos dignos para docenas de familias.
Mientras estas iniciativas persistan, nuestro país puede albergar la esperanza de que algún día reduciremos la pobreza, y las escenas de indigentes y niños pordioseros en las calles. Estas iniciativas nos permiten soñar que la vorágine de violencia y el ensanchamiento de la brecha social podrán ser superados. Mi reconocimiento, gratitud y orgullo están con los cientos de jóvenes que dedican parte de su tiempo por un mejor país. Ellos no solo llevan esperanza a los pordioseros y desposeídos, sino también a un país entero que quiere creer que podemos ser mejores.
Comentario de Jorge Arturo Jiménez