Expresaba José Ortega y Gasset que “la labor docente es el esfuerzo permanente que un nadador realiza para mantenerse a flote”. A partir de esta máxima vale preguntarse si, actualmente, ¿los docentes universitarios de nuestro país se están interesando en sumergirse en el mar de responderle pertinentemente a los estudiantes para su eficaz incursión en el mundo académico, laboral o ciudadano?, ¿estarán preparados para desarrollar una gran dosis de empatía, responsabilidad, innovación, honestidad, perseverancia, pasión y compromiso para asumir este reto?...
Desgraciadamente es sabido que muchos docentes universitarios, por más alto grado académico que posean, muchas veces no cuentan con una formación psicopedagógica que los habilite para desempeñarse exitosamente en el proceso educativo, de ahí la urgencia de que en particular, como lo señala la doctora Viviana González, los profesores reciban la preparación psicopedagógica necesaria para diseñar, ejecutar, evaluar y dirigir un proceso de enseñanza-aprendizaje que propicie un proceso dialógico y participativo, en el que docentes y estudiantes asuman de manera consciente la condición de sujetos de enseñanza y aprendizaje.
Definitivamente en el tanto el profesor se pregunte constantemente ¿para qué?, ¿cuándo?, ¿por qué? y ¿cómo? establecer el aprendizaje…, en la medida en que se “aprenda a aprender” para adaptarse y responder a los cambios permanentes, y en el tanto las universidades estén abiertas a asumir los procesos de cambio y de redefiniciones curriculares acorde con las posturas del ejercicio profesional, podrá establecer un modelo pedagógico en donde el estudiante podrá asumir una postura flexible, reflexiva, activa, coherente y constructivista a las exigencias académicas y socio-laborales de nuestros tiempos.
No hay que olvidarlo: la Universidad debe estar presente en la vida social como agente de cambio, como promotora de servicios, tal y como quedara establecido en el preámbulo de la Declaración Mundial sobre la educación Superior en el Siglo XXI: Visión y acción de 1998, al establecer que “si se carece de instituciones de educación superior e investigación adecuadas que formen a una masa crítica de personas cualificadas y cultas, ningún país podrá garantizar un auténtico desarrollo sostenible”.
En esa medida, los docentes universitarios deben procurar ser profesores constructivistas quienes traten de ser el facilitador o mediadores entre el conocimiento y el sujeto que aprende. Proponer actividades en las cuales no sea él quien enseña sino quien logra que sus alumnos descubran ese contenido de aprendizaje y al hacerlo lo puedan llevar a cabo en su vida cotidiana. Es decir, que no sea un aprendizaje solo teórico, sino práctico. Para ello, los educadores deben fomentar en sus clases la libertad de ideas, el flujo de reflexiones, el sentido del deber, la posibilidad de crítica y el impulso del pensamiento creativo en sus alumnos, para que se trasluzcan en fascinantes estímulos de convivencia social.
Definitivamente desde la condición de docentes se puede dar el paso significativo hacia ese gran reto del siglo XXI que es consolidar una educación de calidad que redunde en mejores niveles de bienestar para todos; fomentar un ámbito universitario en donde fructifiquen nuevas formas de pensar; y formar estudiantes conscientes tanto de su desarrollo profesional como personal, emprendedores, con las herramientas necesarias para tomar decisiones responsables y con la capacidad para responderle, pertinentemente, a los requerimientos de esta sociedad.
Bajo este contexto, todo docente universitario se debe preocupar por el ¿qué enseña?, ¿cómo lo enseña?, ¿para qué lo enseña?, y ¿a quién le enseña?; pues, en estas interrogantes se basa el conocimiento de la disciplina que pretenda impartir, su sana enseñanza y la adecuada incorporación de los estudiantes como profesionales de una sociedad altamente competitiva.Expresaba José Ortega y Gasset que “la labor docente es el esfuerzo permanente que un nadador realiza para mantenerse a flote”. A partir de esta máxima vale preguntarse si, actualmente, ¿los docentes universitarios de nuestro país se están interesando en sumergirse en el mar de responderle pertinentemente a los estudiantes para su eficaz incursión en el mundo académico, laboral o ciudadano?, ¿estarán preparados para desarrollar una gran dosis de empatía, responsabilidad, innovación, honestidad, perseverancia, pasión y compromiso para asumir este reto?...
Expresaba José Ortega y Gasset que “la labor docente es el esfuerzo permanente que un nadador realiza para mantenerse a flote”. A partir de esta máxima vale preguntarse si, actualmente, ¿los docentes universitarios de nuestro país se están interesando en sumergirse en el mar de responderle pertinentemente a los estudiantes para su eficaz incursión en el mundo académico, laboral o ciudadano?, ¿estarán preparados para desarrollar una gran dosis de empatía, responsabilidad, innovación, honestidad, perseverancia, pasión y compromiso para asumir este reto?...
Desgraciadamente es sabido que muchos docentes universitarios, por más alto grado académico que posean, muchas veces no cuentan con una formación psicopedagógica que los habilite para desempeñarse exitosamente en el proceso educativo, de ahí la urgencia de que en particular, como lo señala la doctora Viviana González, los profesores reciban la preparación psicopedagógica necesaria para diseñar, ejecutar, evaluar y dirigir un proceso de enseñanza-aprendizaje que propicie un proceso dialógico y participativo, en el que docentes y estudiantes asuman de manera consciente la condición de sujetos de enseñanza y aprendizaje.
Definitivamente en el tanto el profesor se pregunte constantemente ¿para qué?, ¿cuándo?, ¿por qué? y ¿cómo? establecer el aprendizaje…, en la medida en que se “aprenda a aprender” para adaptarse y responder a los cambios permanentes, y en el tanto las universidades estén abiertas a asumir los procesos de cambio y de redefiniciones curriculares acorde con las posturas del ejercicio profesional, podrá establecer un modelo pedagógico en donde el estudiante podrá asumir una postura flexible, reflexiva, activa, coherente y constructivista a las exigencias académicas y socio-laborales de nuestros tiempos.
No hay que olvidarlo: la Universidad debe estar presente en la vida social como agente de cambio, como promotora de servicios, tal y como quedara establecido en el preámbulo de la Declaración Mundial sobre la educación Superior en el Siglo XXI: Visión y acción de 1998, al establecer que “si se carece de instituciones de educación superior e investigación adecuadas que formen a una masa crítica de personas cualificadas y cultas, ningún país podrá garantizar un auténtico desarrollo sostenible”.
En esa medida, los docentes universitarios deben procurar ser profesores constructivistas quienes traten de ser el facilitador o mediadores entre el conocimiento y el sujeto que aprende. Proponer actividades en las cuales no sea él quien enseña sino quien logra que sus alumnos descubran ese contenido de aprendizaje y al hacerlo lo puedan llevar a cabo en su vida cotidiana. Es decir, que no sea un aprendizaje solo teórico, sino práctico. Para ello, los educadores deben fomentar en sus clases la libertad de ideas, el flujo de reflexiones, el sentido del deber, la posibilidad de crítica y el impulso del pensamiento creativo en sus alumnos, para que se trasluzcan en fascinantes estímulos de convivencia social.
Definitivamente desde la condición de docentes se puede dar el paso significativo hacia ese gran reto del siglo XXI que es consolidar una educación de calidad que redunde en mejores niveles de bienestar para todos; fomentar un ámbito universitario en donde fructifiquen nuevas formas de pensar; y formar estudiantes conscientes tanto de su desarrollo profesional como personal, emprendedores, con las herramientas necesarias para tomar decisiones responsables y con la capacidad para responderle, pertinentemente, a los requerimientos de esta sociedad.
Bajo este contexto, todo docente universitario se debe preocupar por el ¿qué enseña?, ¿cómo lo enseña?, ¿para qué lo enseña?, y ¿a quién le enseña?; pues, en estas interrogantes se basa el conocimiento de la disciplina que pretenda impartir, su sana enseñanza y la adecuada incorporación de los estudiantes como profesionales de una sociedad altamente competitiva.