Los costarricenses nos aprestamos a una fiesta de la democracia, el próximo 8 de mayo seremos testigos, una vez más, del traspaso de poderes, el momento cuando se transfiere el listón del poder ejecutivo al nuevo depositario.
Desde mediados del siglo pasado el Estadio Nacional era el acostumbrado sitio de encuentro, algo que fue interrumpido durante la transferencia del poder a don Abel Pacheco, que como recordamos, se hizo en el teatro Mélico Salazar y en esta ocasión, la mandataria electa escogió los predios de La Sabana, donde se congregaran nacionales y extranjeros que vienen a compartir esta festividad democrática.
Todo suena muy lindo, lo que como ciudadano no termina de cuadrarme, es que la plata no alcanza para la ocasión y será necesario el aporte de otros, a quienes hay que ir a pedirles para sufragarla, algo, a todas luces impropio y hasta indecoroso.
En los pasados comicios estrenamos las transformaciones al código electoral, ahora receloso con los aportes a la campaña, pero olvidamos que en las urnas no acaba todo y es necesario ir más allá y prever una reserva digna para el relevo en el mando.
Los nombres de las personas que integran el Comité de Traspaso merecen crédito, Adrián Chinchilla, hermano de la mandataria electa y Silvia Arias, hija del Presidente saliente, pero uno nunca sabe lo que deparará el futuro, bien dice el salmista: “En arca abierta hasta el justo peca” de ahí la conveniencia de que se dispongan recursos del estado para sufragar el convite, no sea que en algún momento: “quien pagó a los músicos, quiera también mandar en el baile”.
Mientras se norma esto del traspaso, cada cinco que se aporte debe hacerse público y los donantes plenamente identificados. Los órganos fiscalizadores deben hacer su tarea, aún en la penumbra de si les compete o no, aquí es mejor pecar por un exceso de celo.
Aprestémonos a la fiesta de traspaso de poderes y actuemos de una vez, para que aunque sea un gallito con aguadulce, lo podamos digerir con dignidad.