Salgo a caminar bajo un sol tenue. En la mayor parte del trayecto faltan las aceras pero sobra la basura, y los huecos en las calles se cuentan por centenas.
Es Limón en tiempos de carnaval… sin carnaval.
El Ministerio de Salud, atinadamente, negó los permisos para la realización de las tradicionales fiestas de octubre. La gente casi no habla de eso, pareciera que ya lo asimilaron y los más afectados trasladan ahora sus esperanzas a los cruceros.
La basura ha sido el motivo. No hay, no habrá carnavales, pero la basura sigue ahí. ¿Qué se ha hecho aparte de cancelar la fiesta?
A juzgar por algunos casos, nada o casi nada.
Hay barrios que tiene más de un mes sin ver el camión de la basura. Hay gente que ha tenido que recurrir a la vieja y nociva práctica de quemar los desechos en sus patios. Y hay mucha más gente que ha recurrido a la aun más nociva práctica de echarle la basura a los vecinos, sí a los vecinos de los puestos de basura comunales, a los vecinos de lotes baldíos, a los vecinos de pequeños parquecitos, a los vecinos de la escuela o del templo, en fin, de cualquier lugar donde se vea un espacio sin dueño, espacios que lucen desbordados de bolsas y paquetes de todo tipo, inundados de malos olores, fuentes de contaminación que convierten en insoportable la vida de habitantes honestos, la gran mayoría de ellos puntuales pagadores de un servicio que simplemente no se brinda.
Me detengo frente a una escuela. Es el recreo y los niños juegan en el patio rodeado de una malla. Al frente hay un descomunal basurero. Y pienso ya no en la fuente de contaminación de sus cuerpos sino en la de sus almas, de sus espíritus. ¡Qué grave que nuestros niños crezcan acostumbrándose a ver la basura como parte de su cotidianidad! ¡Qué peligroso que toda una generación de habitantes, de ciudadanos, incorpore en sus proyectos de vida y en su escala de valores la desatención de asuntos tan graves como el tratamiento de los desechos que nosotros mismos producimos!¡Qué triste que sea esa la lección de vida que los mayores le demos a nuestra niñez!
Miro al horizonte. Hay que buscar el optimismo y lo encuentro en el bello e imponente Caribe. Sus aguas turquesa se vuelven blanquecinas al arribar al puerto. Finalmente llego al centro. Allí la ciudad luce mucho más limpia, con su dinámico comercio, con esa riqueza cultural nutrida de una maravillosa variedad étnica, con sus amplias calles casi impecables, excepto por los indigentes postrados en aceras y predios del mercado, víctimas del alcoholismo y la drogadicción y del abandono. Es el Puerto, ese lugar ensoñador que linda entre el surrealismo mágico y el realismo desgarrador.
Es Limón en tiempos de carnaval… aunque por ahora, sin motivo para la fiesta.