El respeto a la libertad de opinar, a manifestar las propias ideas, es en principio indiscutible. Eso está bien, pero lo que no es aceptable es el decir que "todas las opiniones son igualmente pertinentes”.
Ciertamente no todas las opiniones son pertinentes, solamente el derecho a opinar es digno de respeto.
Cuántas veces hemos escuchado comentarios como que los ancianos constituyen un estorbo, que las mujeres solamente sirven para cuestiones del hogar o que tales culturas son inferiores e incapaces de razonar.
Claro que se tratan de una opinión, pero para nada pertinentes.
La prudencia, el saber qué decir, cómo decirlo, a quién decírselo y en dónde decirlo constituye una práctica imperiosa para la sana convivencia de nuestra sociedad, pues todas las generalizaciones despectivas sobre la gente son opiniones carentes de pertinencia.
Por ejemplo, el apoyo al terrorismo, a la guerra o a la justicia por la propia mano, son aspectos que muchos defienden, el asunto es determinar su pertinencia.
Quizás por imitación, irresponsabilidad o indiferencia, existen cada vez más personas quienes hablan en forma irrespetuosa, que se expresan, visceralmente, que agreden sin ninguna consideración a los demás bajo el lema de que toda opinión debe ser respetada aunque socialmente sea inaceptable.
A fin de cuentas, quien le falta el respeto a otros, quien defiende sus principios bajo pensamientos categóricos y autoritarios, quien exige que se le escuche y se le respete, pero no escuchar y menos respetar, es quien contribuye a que este mundo sea, cada vez más, menos prudente y menos tolerante.
Del respeto a la libertad de expresión se pasa al concepto de tolerancia. La situación es muy simple: cuando alguien se expresa en contra de los valores humanos, esos valores o principios que a través de los siglos la humanidad ha sabido reconocer, como es el derecho a la vida, se exige mucha tolerancia.
Tengamos cuidado, cualquier punto de vista distinto al nuestro, aunque esté muy lejos de nuestros principios, filosofía o creencias, es motivo de tolerancia, no objeto de burla, desprecio o agresión verbal, la cual, incluso, puede llegar a la agresión física.
Caigamos en la cuenta de que no todo mundo debe pensar y opinar igual que uno, tener el mismo color político o de piel, gustarle el mismo equipo deportivo, tener la misma orientación sexual o profesar el mismo credo.
¡Seamos prudentes!, la sociedad está impregnada de variedad, y si no se tolera esta condición, se estaría irrespetando la dignidad humana.
No debemos dejarnos apabullar por gritos, violencia verbal y escrita, de parte de aquellos que, intolerantemente, exigen tolerancia cuando no la dan, solamente el respeto faculta a la persona para reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades de los demás y los derechos fundamentales de la persona humana, su infinita dignidad y los valores trascendentales.
No olvidemos aquella famosa frase del filósofo chino Confucio: “No hagas a otro aquello que no te gustaría que te hicieran a ti”, sin duda una de las máximas de la norma básica del respeto, la prudencia y la tolerancia.