Domingo, 21 Diciembre 2008 18:00

LA PRENSA Y EL PODER.

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El cómo nos perciben los demás, siempre será una de las preocupaciones que asaltan a todos los individuos y en el caso de los políticos y gobernantes, pareciera ser un mal crónico. No hay una administración que recuerde, que no se queje por la percepción que se tiene de su quehacer y don Oscar Arias Sánchez no es la excepción y en apariencia procura revivir el Ministerio de Información, angustiado por los supuestos problemas de imagen en su gestión.

 La buena o mala percepción individual u organizacional no es obra de un gurú, por avezado que sea en el conocimiento de los medios de comunicación y pueden buscar al mejor del planeta, para descubrir lo que bien dice el adagio popular: “el frío no está en las cobijas”. No es el mensajero, sino el mensaje sobre quien recae cualquier culpa, a fin de cuentas somos ante los demás el producto de lo que decimos y hacemos.

 En una democracia no es el gobernante quien le dicte a los medios de comunicación de masas como se estructura una noticia y esta es una verdad que nadie desconoce y si se refiere al contacto de los jerarcas con los periodistas, nadie nace aprendido, se puede ser el mejor científico, técnico, político o futbolista, que si no se sabe construir un mensaje y no se tiene claro el propósito de la comunicación, tendrá que caerse una y otra vez en desmentidos y rectificaciones y ese el pan de cada día, para quien ignora que la agenda periodística, dista enormidades de la particular, política, gremial o corporativa.

Se señala el amarillismo de la prensa, la prominencia de la nota negativa, el mercantilismo de los medios masivos y se le resta méritos a su carácter formativo, al entretenimiento que le dispensa a la gente y a su papel fiscalizador, que ha permitido desenvolver tamales mal olientes, algunos de los cuales se ventilan en los tribunales y  por cierto a muchos les incomodó cuando les quitaron la hoja de parra que cubría sus vergüenzas.