Jueves, 30 Octubre 2008 18:00

EL ASESINATO DE DOS AMIGOS

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Este año, en mi entorno cercano, han muerto, violentamente dos amigos de infancia; Jorge Araya y Jorge Elidio Muñoz, el primero asesinado cuando trató de defender a uno de sus hijos, en su propio negocio y el segundo, cuando, luego de un arduo día de trabajo, viajaba en autobús, hacia su casa. Ambos dejan en la más profunda tristeza, abatidos y desconsolados, a esposa, hijos y nietos.

Se suman así, a las decenas de víctimas de la gran ola de inseguridad que campea en el país y que parece no tener solución.

Y es que, así como en mi caso, con estos amigos, muchos otros, con familiares y amigos cercanos, se les ha dado muerte y, por lo menos, han sufrido, en su integridad física o en sus bienes, por la delincuencia que crece como la espuma.

Esta es la Costa Rica de hoy: arrodilla e impotente al no saber que hacer, ni individual ni colectivamente, para enfrentar este flagelo delincuencial.

Es la Costa Rica donde se nos acabó totalmente la tranquilidad aunque es duro admitirlo.

Ya aquellos tiempos, de casas con puertas abiertas, de par en par, donde entraba cualquiera y no le faltaba su tacita de café o el comerse un “gallito”, ya se fue para siempre, ¡Nunca más lo volveremos a disfrutar!

Y si salimos de nuestras casas tampoco no sabremos si volveremos con vida o en una caja funeraria. Igual pensamos de nuestros seres queridos que deben sortear todo tipo de delincuencia cada día para llegar o salir de sus trabajos, escuelas, universidades o de hacer un simple mandado.

No estamos a salvo en la calle pero tampoco en el bus, en nuestro propio carro o, el colmo, en nuestra propia casa, por más barrotes y otros aparatos de alarma que le hayamos instalado.

A mi amigo Jorge Araya lo asesinaron de un certero balazo hace varios meses y, hace tan sólo un par de días, mi otro amigo y vecino Jorge Elidio Muñoz tuvo, igual, tan mala suerte.

¿Quién seguirá? ¿Seremos nosotros, quienes, hoy, lamentamos estas muertes, las nuevas víctimas de esta “maleantada” desenfrenada, que no le importa matar con tal de costearse su cuota de droga, que en cada esquina de barrio se vende o se trueca por objetos robados a estas víctimas.

¿Qué hace el Estado, como ente rector de la seguridad ciudadana, en el que hemos confiado nuestras vidas y propiedad, para acabar con tanto crimen?

¿Hasta cuando seguirán sufriendo familias enteras, a las que se les arrebata, de un tiro, no sólo a quien les llevaba el pan a la mesa sino a ese ser insustituible a quien ya no verán nunca más.

¿Cuándo el tema de inseguridad se abordará integralmente, de modo que se dejen de poner parches aquí y allá, por puras ocurrencias?

Y así podríamos seguir preguntando y ninguna respuesta será suficiente, aun cuando en cada familia tengamos un caso violento por el que se nos ha arrebatado lo que, por muchos años dimos por sentado y que hoy sólo queda su recuerdo: “la paz de vivir en paz”

Sin duda, los hijos y nietos de mis amigos ya no entenderán porqué en sus escuelas, en nuestro Himno Nacional deben seguir entonando la estrofa que exclama “¡Vivan siempre el trabajo y la paz!”