Dentro de poco enfrentaremos uno de los eventos más importantes de nuestra vida democrática: las elecciones presidenciales. Este hecho nos dará, a los costarricenses, la oportunidad de escoger entre la esperanza de tener un mejor país en donde se puedan confrontar proyectos de Nación y perfiles de gobierno, o, por el contrario, sumergirnos en la desesperanza de que Costa Rica no tiene un futuro muy prometedor.
Siendo costarricenses, y queriendo un porvenir más próspero para nuestra Patria, pareciera que la elección nos debería llevar por el camino de fomentar tanto una cultura cívica como de desarrollo político, y una forma de hacerlo es, definitivamente, ejerciendo nuestro derecho al voto.
En este sentido, este próximo siete de febrero, con gran entusiasmo, la ciudadanía tiene el deber moral y cívico de definir en las urnas como será, o, mejor aún, como quiere que sea el nuevo gobierno costarricense.
Por supuesto es muy válido el desencanto entre algunos electores proveniente de esa desconfianza hacia los representantes quienes se han elegido por las diversas muestras de corrupción, falta de compromiso o campañas políticas insulsas de algunos jerarcas políticos. Sin embargo, ello no debe ser justificación para no devolverle a las elecciones su carácter de medio al servicio de los fines y objetivos de la ciudadanía.
Recordemos que el voto es un instrumento valioso el cual tiene la sociedad para aportar su opinión y convertirse, por un día, en el principal gobernante de la Nación.
Además, en una sociedad plural, en donde se nos presentan tantas opciones para escoger, siempre habrá quien enarbole su candidatura sobre el camino de la esperanza. Quien nos pueda elevar a un grado superior de desarrollo sostenido, sustente sus acciones en la justicia, sus compromisos estén en pos del bien común y busque consensos para beneficio del país. Eso de decir que no existe por quién votar, que ninguno sirve para nada o que se debe hacer por “el menos malo”, es tan sólo un argumento pobre que atenta contra la dignificación democrática.
Si bien se mira, el ambiente electoral puede constituirse en un mecanismo democrático que busque ofrecerles a los electores una mirada de las fortalezas y debilidades de los candidatos, sus planes y programas, así como su compromiso para llevarlos a cabo. Que mantenga, en el terreno de los acuerdos y la racionalidad, el enfrentamiento entre quienes disputan el poder y que fortalezca la cultura democrática, tanto de los candidatos para que se preparen de la mejor manera, como de los electores, con el fin de que puedan discernir acerca de las diferentes opciones que se les presentan.
Pero para ello la ciudadanía debe informarse, es decir, ejercer un proceso evaluativo, pues quien no sepa, a estas alturas, cuántas personas están aspirando a la Presidencia de la República y qué es lo que están proponiendo en sus programas de gobierno, de qué manera va a lograr ejercer un voto inteligente, y esto no es responsabilidad de un político o de los medios de comunicación, sino, sencillamente, de cada uno de nosotros.
Por eso hoy, que podemos ejercer libremente el sagrado derecho al sufragio, sería desleal para nuestra Patria rechazar tal privilegio.Cumplamos entonces, con lealtad, este siete de febrero, con nuestro sagrado derecho y deber de emitir nuestro voto para que, con renovada voluntad política, seamos legítimamente los protagonistas de un acontecimiento forjado desde las bases mismas de la democracia nacional