La inmigración, en especial la nicaragüense, ha sido uno de los fenómenos sociales más importantes en la Costa Rica de las dos últimas décadas por ser un fenómeno complejo que admite ser tratado desde múltiples perspectivas.
No obstante, el mayor inconveniente que enfrentan los inmigrantes es de carácter moral, a raíz de que muchos de los acontecimientos negativos que suceden en Costa Rica tienden de modo casi reflejo, producto de los prejuicios o imágenes sociales estereotipadas, a vincularse con la inmigración.
Ideas como que los inmigrantes atentan contra la seguridad del país al ser artífices de crímenes o violencia familiar; que afectan el desarrollo costarricense al generar más pobreza o que desplazan a los nacionales al robarles sus trabajos generando un mayor desempleo, son atribuidas común, pero injustamente, a los inmigrantes.
El problema es que cuando a una minoría importante no se les respeta sus derechos humanos, la democracia entra, indudablemente, en un clima de perversión cultural.
Además de que, probablemente, la mayoría de personas no tienen un conocimiento objetivo de este complejo fenómeno de la inmigración, no poseen un conocimiento directo de los inmigrantes, desconocen sus condiciones de vida, y sólo los conocen a través de los prejuicios o generalizaciones infundadas, entonces la ignorancia o la apatía se convierten en enemigas, por excelencia, de la razón y la empatía.
En este sentido, teniendo en cuenta que Costa Rica se ha caracterizado por ser respetuosa de los derechos humanos y la justicia, se tiene el gran reto de no dejarnos llevar por estereotipos y prejuicios, y trabajar sobre la base de combatir la discriminación existente con propuestas de solución desde los valores de la tolerancia y la solidaridad.
Más vale, entonces, que se mire al intolerante que se lleva dentro, con el fin de que se trabaje, muy dura y sensiblemente, para aprender a vivir en equidad respetando las diferencias y contribuyendo a superar, con un espíritu crítico, abierto y democrático, los prejuicios en contra no sólo de los inmigrantes, sino, también, de indígenas, personas con discapacidad, mujeres, ancianos, o con quienes tienen diferente color político, preferencia sexual, deportiva o religiosa.
No olvidemos que la tolerancia implica tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros, entonces evitemos juzgar sólo a partir de la primera impresión; tomémonos tiempo para aprender más sobre los demás más allá de lo que se ve en la superficie; conservemos una mente abierta, y, fundamentalmente, mantengámonos informados sobre esos grupos sociales a los cuales no se pertenece.
Por supuesto que la educación no debe ser ajena a esta problemática, por ello debe desarrollar procesos educativos sensibles a la diversidad cultural del entorno y propiciar modelos sociales más justos, ya que si los niños y jóvenes de hoy, protagonistas del mañana, no aprenden a convivir juntos en las diferencias, es previsible desde el ámbito sociológico el auge de la xenofobia, lo cual podría recrudecer aún más los conflictos multiétnicos.
Por eso quizás cuando aprendemos sobre las diferencias y las respetamos, no sólo experimentamos una parte más amplia del mundo, también nos abrimos a más oportunidades sociales y seremos, de alguna manera, mejores humanos.
Pues caminar hacia una comunidad pacífica, solidaria y fraterna, donde puedan convivir las diversas culturas, con amor a su propia identidad, pero con respecto a la ajena, podría ser una manera viable, para cada uno de nosotros, de hacer Patria.