Como vimos ayer, la noche del 28 de septiembre de 1860, don Juanito Mora, ya derrotadas sus fuerzas en la Batalla de Angostura, recibe la oferta de su antiguo enemigo, don Juan Jacobo Bonnefil, de sacarlo de Puntarenas escondido en un tonel de vino.
Pero don Juanito rechazó esa oferta y terminó por entregarse a las tropas del gobierno a cambio de la promesa de que se le perdonaría la vida a todos sus seguidores.
Así, el 30 de septiembre, tras un falso consejo de guerra, el presidente José María Montealegre firmó la orden de ejecución de don Juanito Mora y quebrando su promesa, dos día más tarde fusilan también al General José María Cañas.
Y, cuando la chusma gobiernista se reúne para profanar los cadáveres de Mora y Cañas y arrojarlos al estero para que los devoren los tiburones, don Juan Jacobo Bonnefil asume el digno papel que el destino le tenía guardado.
Acompañado de sus yernos Santiago Constantine y Sergio Rosat se presentó al parque El Jobo y reclamó a las tropas los cuerpos acribillados de balas y, después de envolverlos en la bandera de Francia, los acomodaron en ataúdes hechizos para enterrarlos en secreto en el Panteón del Estero.
Seis años más tarde, también en secreto, Bonnefil exhumó y cremó los restos de Mora y Cañas ante testigos y los mantuvo en su propia casa para protegerlos.
Más tarde fueron trasladados a la capilla del Sagrario de la Catedral Metropolitana y, casi 20 años mas tarde fueron entregados a sus familias, para reposar finalmente en el Cementerio General.
Esta noble actitud de Juan Jacobo Bonnefil, quien tanto se esmeró para evitar el ultraje a los cadáveres de su otrora adversario y del general Cañas, es propia de espíritus únicos, superiores.
Así lo reconoció la propia viuda del presidente Mora, doña Inés Aguilar, quien 30 años después, le escribió una nota que dice:
“reciba pues lo único que un corazón leal y generoso como el suyo puede admitir: la expresión de profunda gratitud de su afectísima y S.S. Le desea toda felicidad. Inés Aguilar de Mora.”
“Como una confirmación me atrevo a acompañar a esta un mechero que sirvió y llevó consigo hasta los últimos momentos mi infortunado esposo señor Juan Rafael Mora”.
A pesar de eso, y como denunció uno de sus descendientes, su retrato está hoy en alguna bodega, en lugar de ocupar el sitial de honor que merece, en el remozado Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.
Fuente, artículo del biólogo Luko Hilje
Como vimos ayer, la noche del 28 de septiembre de 1860, don Juanito Mora, ya derrotadas sus fuerzas en la Batalla de Angostura, recibe la oferta de su antiguo enemigo, don Juan Jacobo Bonnefil, de sacarlo de Puntarenas escondido en un tonel de vino.
Pero don Juanito rechazó esa oferta y terminó por entregarse a las tropas del gobierno a cambio de la promesa de que se le perdonaría la vida a todos sus seguidores.
Así, el 30 de septiembre, tras un falso consejo de guerra, el presidente José María Montealegre firmó la orden de ejecución de don Juanito Mora y quebrando su promesa, dos día más tarde fusilan también al General José María Cañas.
Y, cuando la chusma gobiernista se reúne para profanar los cadáveres de Mora y Cañas y arrojarlos al estero para que los devoren los tiburones, don Juan Jacobo Bonnefil asume el digno papel que el destino le tenía guardado.
Acompañado de sus yernos Santiago Constantine y Sergio Rosat se presentó al parque El Jobo y reclamó a las tropas los cuerpos acribillados de balas y, después de envolverlos en la bandera de Francia, los acomodaron en ataúdes hechizos para enterrarlos en secreto en el Panteón del Estero.
Seis años más tarde, también en secreto, Bonnefil exhumó y cremó los restos de Mora y Cañas ante testigos y los mantuvo en su propia casa para protegerlos.
Más tarde fueron trasladados a la capilla del Sagrario de la Catedral Metropolitana y, casi 20 años mas tarde fueron entregados a sus familias, para reposar finalmente en el Cementerio General.
Esta noble actitud de Juan Jacobo Bonnefil, quien tanto se esmeró para evitar el ultraje a los cadáveres de su otrora adversario y del general Cañas, es propia de espíritus únicos, superiores.
Así lo reconoció la propia viuda del presidente Mora, doña Inés Aguilar, quien 30 años después, le escribió una nota que dice:
“reciba pues lo único que un corazón leal y generoso como el suyo puede admitir: la expresión de profunda gratitud de su afectísima y S.S. Le desea toda felicidad. Inés Aguilar de Mora.”
“Como una confirmación me atrevo a acompañar a esta un mechero que sirvió y llevó consigo hasta los últimos momentos mi infortunado esposo señor Juan Rafael Mora”.
A pesar de eso, y como denunció uno de sus descendientes, su retrato está hoy en alguna bodega, en lugar de ocupar el sitial de honor que merece, en el remozado Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.
Fuente, artículo del biólogo Luko Hilje