“Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre”, es lo que escribe el evangelista Juan, por eso, desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien nos acogió también a nosotros.
En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno en la propia religiosidad, enriquece nuestro desarrollo espiritual como humanos.
Pues el modelo humano y la condición de discípula que nos ofrece el Nuevo Testamento sobre María, nos muestra una mujer humilde, obediente, valiente, fuerte y con una evidente capacidad de comprensión, sensibilidad y de amor a Dios…
Esto lo demostró a través de toda su vida al acompañar a Jesús con lealtad y amor en todo momento, desde su disponibilidad en la Anunciación hasta la fidelidad al pie de la cruz.
María es nuestra Madre, la Madre de todos los hijos de Dios, en ella encontramos refugio, ayuda, protección e intercesión. En ella tenemos la confianza de ver, entonces, la ayuda necesaria para la salvación de los males físicos y espirituales de nuestra sociedad.
Con esta María, tan humana, ya admitida dentro del ámbito de la divinidad, podemos sentirnos escuchados, amados, animados, curados por ella, pues su característica principal no es el de ser una gran heroína sino su carácter lleno de sencillez. María es modelo de esperanza, entrega total por espíritu de fe y servicio por la fuerza del amor.
De ahí que, cada vez que es celebrada esa figura tan amada, por una gran cantidad de costarricenses, como es la Virgen de los Ángeles, se nos confirma la importancia de María, como Madre, en la espiritualidad del creyente.
Por eso el hecho de que se haya suspendido la romería, con sobrada razón por asuntos ya conocidos de salud nacional, no es un impedimento para que, desde nuestros hogares, desde nuestras comunidades, desde nuestros corazones, celebremos fervorosamente a nuestra Negrita.
Pues la fe y el amor hacia la Reina del Cielo no se encuentra, exclusivamente, en una romería, aunque esta constituya una de las manifestaciones más representativas de nuestra fe.
Tampoco el no realizarla significa el no poseer la certeza de que la Negrita seguirá abrigando con su amor cada rincón de esta tierra y hará flamear, en el corazón de quienes la habitamos, la esperanza, paz, sabiduría, y el afecto que alberga su alma.
Porque, a pesar de los inconvenientes que enfrentemos, ¿cuántas veces la ternura y la mano de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el desconsuelo o desencanto de alguno de sus hijos?, ¿cuántas veces la fuerza de una madre es la que nos motiva a continuar el camino?, ¿en cuántas oportunidades hemos recurrido a la figura materna de María como intercesora ante Dios?... Entonces, ¿qué nos impide hacerlo, una vez más, en esta nueva celebración de la Virgen de los Ángeles?...
Por eso hoy, en una romería diferente, en una romería en donde no caminemos hacia Cartago, sino caminemos hacia nuestro interior, hagámoslo como siempre, sin ningún condicionamiento, con la fuerte fe y el eterno agradecimiento de que nuestra amada Negrita, una vez más, seguirá prodigando de bendiciones a nuestro pueblo.