En la parte norte de nuestro país hay un lugar sorprendente, una reserva natural donde se encuentra una verdadera maravilla de la naturaleza, Río Celeste con su imponente catarata cuyas aguas forman una enorme poza enmarcada por el verdor del paisaje.
En un día se puede visitar el lugar, es cuestión de enrumbarse hacia el sector de San Carlos, pasando por San Ramón hacia el bajo de Los Rodrìguez, luego a Santa Clara y de ahí los rótulos marcan un camino en perfecto estado, aún el último tramo de lastre se encuentra transitable para cualquier vehículo.
En el sitio la caminada es moderada, se encuentran ahí personas de distintas edades, con pocos pasos se adentra el visitante por senderos enmarcados de imponentes árboles, el sonido diverso de las aves, el ruido de las chicharras y como marco musical el clamor del río que se desliza montaña abajo como una tira de cielo discurriendo entre montes y rocas.
El teñidero es el sitio donde inexplicablemente brota el agua de un celeste intenso y de ahí en adelante discurre entre brotes de aguas termales y el burbujeo que emana un olor a azufre, señal inequívoca del misterioso cordón umbilical con algún volcán cercano.
Entre lianas y ramajes es posible divisar los juguetones monos carablanca y advertir a algún otro morador de la fauna que esconde la flora exuberante.
Como si fuera poco, en el camino a la altura de un pequeño poblado que le da su nombre, se encuentra el majestuoso “Árbol de la Paz”, les digo que he visto árboles en mi vida, pero ninguno se asemeja a este imponente gigante, cuya edad algunos ubican en centenares de años, abrazar una pequeña parte de el y recogerse en el silencio es un verdadero manjar para el espíritu.
Río Celeste está ahí, más cerca de lo que imagina, es un sitio mágico, a tal extremo, que alguien anónimo con corazón de poeta al verlo exclamó: “En la creación, cuando Dios terminó de pintar el cielo, se vino a este paraje a enjuagar sus brochas”.