Martes, 14 Abril 2009 18:00

El poder del diálogo democrático

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En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado; de debatir y proponer; de aprender y llegar a acuerdos. 
     
     Actualmente la política democrática debe hacerse argumentada, pues el diálogo nos permite conocer mejor las propuestas y los programas expuestos, valorar las visiones y necesidades del país, comprender y practicar sanamente la política, ostentar un espacio para exponer razones, y llevar a cabo un sano intercambio racional de opiniones.

     La democracia debe ser un ejercicio de tolerancia, inteligencia y lucidez, no de acciones instintivas.  Por eso, en el diálogo democrático las mejores opiniones no son aquellas que se pronuncian más alto o se repiten más veces; sino, las que nacen de ideas y reflexiones que proponen, corrigen, enriquecen, colaboran, y convencen apelando a la razón.

     En el sistema democrático no se necesita gritar para hacerse escuchar. En la democracia el diálogo es el fundamento para negociar, generar consensos, acordar nuestros desacuerdos, y administrar los conflictos.

           El asunto no se sujeta a un simple “borrón y cuenta nueva”; por el contrario, constituye un cambio de actitud por el cual se comprenda que estos son nuevos tiempos en donde la política democrática también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo. Para ello debemos conocer las propias leyes de este diálogo para su efectiva práctica.

     En primer lugar amerita una enorme capacidad y compromiso para ser interlocutores honestos y creíbles; en segundo, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo no se convierta en monólogo; y en tercero, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar, y sus posibles efectos, es decir, que los acuerdos no se conviertan solamente en letra, o palabras muertas.

          Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento de conciliación, porque cuando la confrontación, o las actitudes del “todo o nada” remplazan al diálogo, no se llega a buen puerto.


     Hay muestras en nuestro país que indican que el camino es hacia delante, sin dejar de ver atrás para aprender, pero vislumbrando el futuro, como en el cado del Tratado de Libre Comercio o la nueva Ley de Tránsito. 

      La improvisación, mecanismo ya general en el accionar político, tiene que dar paso a la comprensión del antes y del después, para forjar el presente. Pues quienes consideran que las circunstancias siguen, y podrían seguir igual, están condenados a vivir en el error.

     El triunfo de la democracia, bajo un claro sentido de diálogo prudente, sensible, inteligente y con visión de futuro, se debe definir ahora. En este sentido, evidentemente, debemos apostar a la fortaleza y a las propuestas, es decir, a las acciones, no a las ofensas, las revueltas sociales o las excusas.

     El diálogo, por lo tanto, es la táctica, la estrategia, la vía, la concepción y el compromiso de todos los costarricenses rumbo al progreso democrático de nuestra Nación.
Ojalá este sea una de las principales máximas de cada aspirante a la Presidencia de la República en la coyuntura electoral a la cual nos estamos aproximando.