Guillermo Quirós
Nosara. 21 marzo. 1pm., 39 grados centígrados. Copiosas gotas de sudor dibujan el perfil de mi rostro al caer sobre el polvoriento escritorio donde escribo estas líneas. Y pese a que me proponía narrar algo de las maravillas de la zona costera aledaña, es más fuerte mi deseo de denunciar esta terrible situación ambiental a que está sometida la domesticada población costera del pacífico norte de nuestro país. Aunque la calle próxima está a 20 metros de mi casa, el polvo que levantan los vehículos es insoportable entre las 6am y las 10pm. Solo pocas horas de descanso nocturno permiten entreabrir ventanas, para respirar el fresco aire que baja de la seca montaña.
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