Se ha hecho recurrente el escuchar y leer en los medios de comunicación a personas o grupos exigiendo, generalmente a las municipalidades o al gobierno, la solución de algún problema. En algunos casos eso está más que justificado, pero a veces uno siente como que se cae en excesos, sobre todo cuando se trata de asuntos en los que quizás, con un poco de organización y trabajo conjunto, las mismas personas y grupos podrían darle solución a los problemas.
Hace unos días presentaban en un medio el caso de un niño que por su enfermedad y las condiciones antihigiénicas de su escuela, no ha podido asistir a clases y seguiría sin poder hacerlo de continuar el problema en el centro educativo.
Resulta que todo se debe a una plaga de murciélagos que se ha afincado en el edificio de la escuela creando un ambiente riesgoso para la salud de quienes asisten allí a trabajar y a estudiar. Los padres del niño se quejan, con razón, de que no pueden arriesgar más la salud de su hijo enviándolo allí, y que su hijo se está quedando sin la educación a que tiene derecho.
La directora de la escuela, muy atinadamente, presenta el problema como algo que afecta a todos los niños porque las cuitas de los murciélagos inundan las aulas con malos olores y sustancias peligrosas para la salud. Hasta allí todo está muy bien.
Sin embargo, al escuchar aquello, no pude evitar preguntarme ¿acaso no pueden esos mismos padres y otros vecinos que también tienen a sus niños en esa escuela, organizarse para espantar a los murciélagos del edificio escolar?, ¿no hay en ese pueblo un patronato escolar, una junta de educación, una asociación de desarrollo?, ¿no puede la directora organizar un grupo de vecinos para limpiar la escuela y ahuyentar tan temibles invasores? Pero lo más triste es que se hayan valido del padecimiento de un niño para "exigirle una solución" al Ministerio de Educación.
Dichosamente hay ejemplos, muchos ejemplos, de gente, de grupos, de poblaciones, de actuar muy diferente al mencionado. Recuerdo el año pasado haber visto a los niños del barrio Corales, en Limón, limpiando los patios, arreglando las plantas, pintando las bancas de su escuela. Conozco maestros y conserjes que ya se organizaron con grupos de padres para ir a limpiar las escuelas, para que al comenzar las clases los niños encuentren un ambiente de limpieza y orden, un ambiente en donde puedan ratificar las enseñanzas de aseo que desde pequeños reciben en sus hogares.
Desdichadamente también recuerdo un colegio en Alajuela, adonde fui a cuidar exámenes de la universidad. Las aulas que me correspondió visitar lucían leyendas en sus paredes, llenas de vulgaridad y violencia; y allí estudiaban los jóvenes, ese era el ambiente en el que tenían que inspirarse para construir su futuro. ¿Dónde estaba toda la rebeldía juvenil?, ¿qué hacían los profesores guías de aquellos grupos?, ¿había director?, ¿a quién le habrán pedido que les resolviera el problema?, ¿o siguen allí los inspiradores mensajes?
Pedir, demandar, exigir … ¿y dar?
Hay niños que le exigen a sus padres juguetes, tenis y ropa de marcas, pero no ayudan siquiera a juntar las hojas del patio o a lavar los trastos en que comen. Hay padres que acceden a esas exigencias. Mañana los primeros serán los ciudadanos. Hoy lo son lo segundos.
Ciertamente a veces hay que exigir, en ocasiones demandar y otras pedir; pero lo que sí hay que hacer siempre, si se quieren resolver los problemas, es trabajar; de lo contrario, como dice el papá de una estimada amiga: ¡Estamos jodidos todos ustedes!